Algunas noches atrás,
empecé a pensar en esta historia, entre sueños. Hoy me levanté sobresaltada al
darme cuenta que inconscientemente continué la historia en mi cabeza. Así fue
como decidí que voy a escribir sobre ello. No sé a dónde me lleve esta
historia, pero voy a intentarlo. Por ahora, no tengo un título. Se agradecen
las críticas honestas (cualquier comentario que quieras hacer, no dudes en
escribirlo al final de esta entrada)
...
Sin título
Capítulo uno
Desperté abruptamente esa mañana, recostada sobre el
suelo de mi habitación. Mientras intentaba abrir mis ojos, luego de estar
sumergidos tantas horas en oscuridad, noté que la ventana estaba abierta y que
la luz del Sol invadía cada rincón de mi dormitorio con un sombrío resplandor
mortuorio.
Corrí hacia la ventana tratando de no ser vista
desde afuera de la casa e intenté descifrar lo que estaba sucediendo. Un sonido
de docenas de pies marchando, al
monótono ritmo de siempre, invadió mis oídos. Me apresuré a cerrar la ventana, procurando
no llamar la atención de aquellos que se acercaban a mi casa.
Partidarios. Seguramente eran ellos, realizando una
de sus revisiones semanales a cada uno de los decadentes barrios de la ciudad. ¿Por
qué lo hacen? Si tengo que explicarles quiénes son los Partidarios de la manera
más sencilla, creo que los describiría como zombies, incapaces de cuestionarse
a sí mismos, sus acciones y, sobre todo, las órdenes de “El Partido”.
Vivimos bajo el gobierno de tiranos desconocidos, a
los cuales no podemos asignarles nombres ni rostros. La gente vive aterrada, y por lo tanto,
controlada. Pero muchas veces me he puesto a pensar… ¿quién nos controla?
¿Nadie se pregunta eso?
Tal vez sea algo obvio para mí, pero la sociedad fue
preparada para esto, para creer sin cuestionar.
Cuando iba a la secundaria, comencé a darme cuenta de que El Partido
destinaba cada vez menos dinero a la educación.
Esto era esencial para mantenerse en el poder: menos educación
significaba menos personas informadas, menos personas que se podrían oponer a
su sistema, menos revolucionarios.
Al terminar la secundaria, comencé a estudiar
Psicología en la Universidad. Una
vez recibida, me encontré en una sociedad llena de locos, pero sin trabajo. La
gente se mantenía encerrada en sus casas, impresionada de la cantidad de
Partidarios armados marchando por las calles, siempre listos para destruir.
Sí, de eso se trata. Destruir libros, revistas,
películas, discos, televisores, radios,
computadoras; destruir posibles insurgentes, destruir todo aquello que
simbolice el contacto entre dos humanos. Y si eso los lleva a matar… poco les importa.
Me encontré sumida en mis pesadillas cotidianas unos
cuantos minutos, hasta que un ruido ensordecedor me hizo volver a la Tierra. El metal de las
armas de los Partidarios chocaba contra la débil madera que constituía la
puerta de nuestra casa. Bajé las escaleras descalza, intentando no ser
percibida. Quería asegurarme de que mi
hermana Lizzie estuviera a salvo. Nos llevamos 6 años de diferencia y ella
tenía ya dieciocho años cuando esto sucedió. Sabía que mi ella estaba en la
planta baja, leyendo alguno de los libros que le había prestado.
Cuando llegué al living, me encontré allí con mi
madre y mi hermana, todas en silencio, sin moverse. Nos miramos fijamente y
decidimos que no había nada que hacer, ya era demasiado tarde. Sólo quedaba
esperar.
La madera se quebró y, mientras las astillas se dispersaban
por los alrededores, veinte hombres, vestidos con los típicos uniformes color
bordeaux, entraban y poblaban nuestro living.
Rápidamente levantaron sus armas, apuntándonos a cada una de nosotras.
- ¿No hay nadie más en el lugar?- preguntó ásperamente
uno de los Partidarios sin hacer contacto visual con ninguna de las tres.
Luego de que nadie contestara, decidí que no era momento
para lamentar desdichas pasadas y atiné a decir, crudamente:
-
Nadie
más. Mi padre está muerto.
“Muerto por su
culpa” pensé. Intenté contener mis lágrimas. Vi como el que había hablado le
comunicaba a los demás, con la mirada, que podían registrar el lugar.
Cinco rifles me apuntaban directo al pecho. No podía
(ni quería) moverme. Supe, en ese momento que debía tomar una decisión.
- Jaynes,
mire lo que encontré… - dijo irónicamente uno de los Partidarios al que nos
había hablado, sosteniendo un libro con sólo dos de sus dedos, en señal de
rechazo – 1984… de un tal George
Orwell, ¿puede ser?
- Mitch, ordena a los demás que desocupen el lugar.
Bueno, no es necesario que saquen a estas tres – aclaró el supuesto Jaynes
mientras nos señalaba - Quemen la casa.
- ¡No deberían quemar ese libro! – interrumpió, desesperada,
mi hermana – Después de todo es lo más parecido a su manual de instrucciones.
Todos los soldados aproximaron sus armas hacia mi hermana, con hostilidad. En ese momento, creí tener la solución. Probablemente mi familia entraría en shock y sería considerada
una traidora por el resto de mis días, pero debía hacerlo.
- Esperen – dije a los hombres que me apuntaban,
levantando los brazos levemente en señal de rendición – Quiero ser Partidaria.